Me disponía a desarrollar mi ponencia dedicada a Roberto Espí, el recordado cantante y director del célebre Conjunto Casino, en un evento de boleros en Cienfuegos. Casi al comenzar, la vi entrar al salón. Fue la primera vez que la tuve cerca, en persona. Sabía de su carácter sumamente exigente con los asuntos musicales y, lo confieso, durante un instante los nervios me traicionaron.

Mi trabajo resumía la carrera de Espí como bolerista. No era época de mp3; al menos, todavía no lo tenía a mi alcance. Llevé conmigo varios CDs y casetes, convenientemente preparados para que el asistente de sonido los reprodujera a mis señales.

No olvidaré este momento: cuando se escuchó Canción del alma, de Rafael Hernández, por Roberto Espí, una marimba en el puente del bolero llamó la atención de ella:
-¿Ese es Pedro Calonge?

Respondí que sí. Noté que ella me escuchaba ya con sumo interés. Conocía bien sus inicios como compositora, bajo la influencia del filin y de aquellos boleros filineros que el Conjunto Casino se atrevió a grabar. Decidí jugar mi carta: cambié la selección musical previamente indicada y le pedí al sonidista otro corte de un CD. Solícito, dejó sonar el bolero Ayer la vi llorar, de José Antonio Méndez, en la voz de Espí, en vivo en CMQ.

Con ello, finalicé mi exposición. Ella, realmente entusiasmada, aplaudió chocando sus manos por encima de su cabeza…
Más tarde, en un receso de la jornada, coincidimos. Ella me preguntó:
-¿Tú tienes esa historia escrita?

Le confesé que, desde hacía más de quince años, conservaba, en una gaveta, un libro acerca del Conjunto Casino. Casi explotó:
-¡¡Eso no puede ser!! ¡Eso hay que publicarlo! Ahora, tú vas a llevarlo a digital. Cuando lo termines me avisas. Buscaré que te lo publiquen.

Fue, para mí, un renacer: casi había desistido de ello y, de pronto, la vida me coloca ante esa gran compositora, que llegó al filin atraída por las voces de Espí, Faz y Vallejo, cantándole a José Antonio y a Portillo, y que, en ese momento, me devolvía las fuerzas para insistir con ese manuscrito, dormido en un rincón.

Mi inolvidable amiga Liliana Casanella me explicó una mañana, en 2013, que una institución de investigación había abierto una editorial. A su pregunta de si tenía algo listo para publicar, dije que guardaba, entre otros, un libro de Memorias del Conjunto Casino. Pocas semanas después, fue aprobado y, al año siguiente, editado.

Entonces, no podía ser otra persona quien presentara el texto. Acudí a ella y aceptó. Además de ponderarlo —conocía muy bien esa historia—, en un instante de sus palabras, alzando la voz y buscando con la mirada entre el público, preguntó:

—¡Egrem!,¿Dónde está la Egrem?

Ante la mesa, Liliana Casanella, editora (epd), Gaspar y Marta (epd)
Marta presenta el libro con Liliana y Gaspar

Tiempo después, fue invitada a la Feria del Libro en la ciudad de Sancti Spíritus, mi segunda ciudad.

Alguien me comentó que ella aceptaba ir solamente si mi esposa y yo la acompañábamos. Así lo hicimos: en La Ranchuelera, compartimos un café con ella, junto a Ciro Bianchi y el injustamente malogrado Sigfredo Ariel.


Todos estos recuerdos regresan ahora, repentinamente, al recibir la noticia de su partida.

En la sala de conferencias: Luis Rovira, investigador y radialista (epd), Ramón Espígul, radialista, Roberto Bello, fotógrafo (epd), Marta (epd), Gaspar, Rafael Martínez, hijo de Felo Martínez, y René Espí, radialista, coleccionista, investigador e hijo menor de Roberto Espí.


Sin su aliento, ese texto, que abrió de par en par las nuevas puertas de mi faceta como escritor e investigador, no hubiera sido posible. Una razón más para agradecerle siempre, para siempre, junto a toda su música, su pasión volcada en miles de cuartillas y ese gesto hacia mi humilde persona: imborrable.

¡Gracias, Marta Valdés!