Un ensayo breve® por Tommy Muriel.
(Esta hubiese sido una buena entrada a mi blog de Hablando En Clave®, pero como me la pidieron de hoy pa’ hoy, pues por aquí vamos….)
¿Qué se puede decir un día como hoy de un tal Héctor Juan Pérez Martínez que nadie ya sepa de antemano? Porque mira que a casi 3 décadas de su pase a la inmortalidad sigue despertando pasiones en más de uno. Hay quien lo idolatra al punto de imitarlo al detalle y hasta creerse leyenda solo porque se parece físicamente o canta “igual” que él. Y también hay quien lo vitupera sacando al aire sus varias deficiencias, que no solo se remontan a ese problema que todos conocemos. Ninguno en esta vida somos perfectos. Y Lavoe definitivamente tampoco lo fue. Él era, pues, también otro humano cualquiera…
Desobedeciendo un mandato de su padre Don Luis vino a Nueva York persiguiendo su sueño de ser famoso. Y lo fue. Solo que no fue un proceso de la noche a la mañana como muchos creen. Parafraseando a Charlie Aponte, esto no fue un “llegué y pegué.” Como la gran mayoría, él también empezó desde abajo: participando en uno que otro concurso hasta que finalmente se hizo notar. Y viendo su potencial, el promotor y una vez corista de Eddie Palmieri, el cubano Arturo Franquiz, fue quien le puso el mote inicial de La Voz, pero ya había alguien famosísimo por demás usando dicho mote; el hoy inmortal Felipe Rodríguez, rey absoluto de las velloneras de dicha era. El mote, pues, se tradujo al francés y pegó. El inolvidable Kako le dio taller al naciente Lavoe en su Combo Gigante, haciéndole coros a su cuñado Meñique y luego al compatriota de este último, el también panameño Azuquita. Russell Cohen le dio su primer turno como voz principal grabando un sencillo con su orquesta New Yorker. También se le vio haciendo coros brevemente con el Tumbao de Johnny Pacheco cuando este pierde – también por breve tiempo – a su compadre Pete “El Conde” Rodríguez en medio de una agria trifulca con Monguito. Y es precisamente Pacheco quien lo recomienda a una naciente orquesta cuyo sonido ya daba de qué hablar a pesar de su poca experiencia: la entonces orquesta la Dinámica que dirigía un osado y envalentonado adolescente de nombre Willie Colón.
Como bien decía el maestro John Storm Roberts en sus líneas originales del álbum de 1975 “The Good, The Bad & The Ugly” – álbum al que Fania Records me contrató para escribirle unas nuevas líneas en su reedición de 2006 – debatir si Willie hizo a Héctor o si Héctor fue quien hizo a Willie es como debatir quien llegó primero entre la gallina y el huevo. Willie y su banda tenían el potencial – y el que viniera recomendado por Al Santiago y que luego el propio Jerry Masucci lo firmase para su naciente Fania Records dan fe de eso – pero ¿realmente hubiesen llegado al estatus de leyenda si se hubieran quedado con su cantante original? Lavoe, desde luego, también tenía el potencial, pero la mayoría de los grandes de los 60’s aún lo veían como talento en desarrollo, no como cantante principal. ¿Hubiera alcanzado su estatus de leyenda si se hubiera quedado con la New Yorker o haciendo coros con Kako? Jamás sabremos la respuesta a estas dos preguntas, queda de ellas solo la hipótesis. Y voy más lejos: aun desde su arranque, la dupla de Willie y su orquesta con Lavoe al frente tampoco fue un éxito masivo desde el inicio. Su cuarto álbum con Fania estaba destinado a ser el último de su contrato…y quizás esta historia hubiera tenido un final muy distinto de no ser por ese sencillo de nombre “Che Che Colé.” Quizás ni estuviera yo escribiendo estas líneas tampoco. La leyenda de El Malote y el eventual Cantante de los Cantantes comenzó a escribirse formalmente con ese “Cosa Nuestra” que se suponía fuese el fin de esa corrida.
Como todo en la vida, todo tiene su final. Y el final de esta época de oro se da ya entrado verano de 1975 tras años de fama extrema, uno que otro exceso y varios bailes que terminaron a golpe limpio gracias a esa fama de malote del líder Colón y la fama de agitador del propio Héctor. Una paliza a la medida que recibe el propio Willie que lo mantuvo fuera por varios meses seguido de un ultimátum de su recién casada esposa Julia lo obligaron a replantear su vida. Tocaba pues enterrar esa fama de malote – o por lo menos dejar de creerse el mito que vino con ella tras años vendiendo esa imagen. Es aquí cuando Willie decide romper la orquesta y, paralelo a los planes de expansión de la disquera en ese entonces, impulsar a Lavoe como solista. En un principio Héctor no estuvo de acuerdo – él estaba de lo más cómodo siendo el cantante de Willie – pero no hubo vuelta atrás. Aunque con meses de retraso y finalmente convencido de que esta movida no era una traición de su compadre, Lavoe finalmente saboreaba su momento a motu proprio como figura de primer orden, debutando eventualmente como líder de su propia orquesta.
Lamentablemente, y contrario al caso del propio Willie o el de sus compañeros Cheo Feliciano e Ismael Miranda, por mencionar dos, Héctor no pudo dejar atrás los excesos por voluntad propia. Una crisis de salud lo obligó a bajarse del tren en 1977 y retirarse durante el grueso de dicho año, regresando como ave fénix en febrero del ’78 en plenitud de formas. Este sería, no obstante, el comienzo de un circulo vicioso que lo dominaría por el resto de su vida terrenal, entre recaídas y rehabilitaciones. El público le seguía fiel, apoyando sus presentaciones, incluso soportándole su una que otra tardanza y hasta sus excesos en tarima, los cuales se hicieron más recurrentes a mediados de los 80’s. El Héctor Lavoe que regresó de una larga estadía en Cali ya no era el mismo. Esa residencia que se suponía lo rehabilitase de una vez y para siempre terminó teniendo el efecto contrario. Y a todo esto su fanaticada le fue fiel. Después de todo, él no era de los que se bajaba de la tarima, se montaba en una limo y desaparecía del predio con ínfulas de Todopoderoso. Él era uno y el mismo con su gente, otro humano cualquiera. Con ratos amargos y con cosas buenas. Que nunca se pudiera zapatear de encima a más de uno que irremediablemente lo regresaba al vicio ya es otro cantar.
Y esos mismos ratos amargos fueron el detonante para su caída a nivel emocional. El brutal asesinato de su suegra – la misma a la que a modo de broma le deseó la muerte en “Soñando Despierto” – seguido por un incendio que devoró su apartamento, del cual él y su esposa tuvieron que lanzarse de un segundo piso para salvarse, fueron la salva inicial. El tiro de gracia, por desgracia, lo fue precisamente un tiro accidental que cegó la vida de su hijo Héctor Jr a sus 17 años. Héctor siguió cantando y divirtiendo a su gente. Era lo único que le llenaba y lo mantenía con deseos de vivir en medio de tanta tragedia. Su semblante comenzaba a decaer malamente, pero su gente siempre le respondía. Hasta una noche fatídica en 1988 que la gente no le respondió. Y al día siguiente de ese bailable que terminó cancelándose, decidió saltar desde un piso mayor… El cantante murió esa tarde de junio 27 de 1988, pero el ser humano cualquiera detrás suyo no vino a morir sino hasta varios junios después, 6 meses seis después para ser exacto. La voz ya no estaba ahí, sus deseos de vivir eran cada vez más menguantes, pero insistía en seguir cantando para su gente. Y hoy, a 29 años de su ultimo salto a la inmortalidad, Lavoe sigue cantándole a su gente. Solo que, tal y como lo prometió junto a su compadre en cierto asalto de 1970, hoy lo hace desde la otra vida.
Los artistas tan solo mueren cuando el público los condena al olvido. Lavoe difícilmente sufra tal desenlace. No es difícil para nada imaginarlo un día como hoy desde Un Mejor Lugar con la mano en el pecho y diciendo a viva voz después de tanto tiempo «orgullo tengo de ustedes, mi gente siempre responde…»
Escrito: Tommy Muriel
Edición: Angelina Medina Quiroga
Sección Original de Herencia Rumbera Radio
Lima – Perú
Junio 2022